Page 486 - Más allá de la razón oyente digital digital
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Gabriel Tolentino Tapia




        Para otros sordos, herederos de la oralización y convencidos de sus bondades, hacer
        señas se identificó con la pena y la inserción en la comunidad sorda como temor
        de perder la voz. Por un lado, Roxana comentó en nuestra entrevista que tiene más
        familiares sordos. Recordó que anteriormente a sus tíos les daba pena ser sordos,
        entonces se inclinaban por hacer uso de la voz.

               Por otro lado, en alguna ocasión hablaron del tema en el programa de En
        Traducción; una de las participantes señaló haber conocido e invitado a más sordos
        a que convivieran con la comunidad, aunque entre algunos persistía la alarma de
        que, por esa socialización, llegasen a perder la voz o a sufrir distorsiones. Lo pecu-
        liar es que a los sordos les preocupara que su voz se desviara desde el punto de vista
        de la pronunciación y el sonido, cuando quizá muchos de ellos no alcancen a escu-
        charla en lo más mínimo. Esto significa que el ejercicio de la voz es un acto realizado
        a solicitud y beneplácito de quienes no son sordos. Acudo nuevamente a un extracto
        de la presentación que tuvo una audióloga en el Templo de San Hipólito:
             ¿Por qué privilegiar estos mecanismos? Porque es lo correcto; aunque pueda ser agotante para la
             persona sorda y pareciera un acto egoísta o de capricho de parte de los oyentes, lo que se busca es
             proveerles de un sistema de comunicación que les va a servir en el futuro para que puedan encon-
             trar un trabajo y tengan posibilidad de comunicarse con la gente de su entorno laboral. Además,
             si se dan el permiso de dejarnos escuchar la voz, te das cuenta que incluso tienen una voz muy
             bonita (Audióloga, presentación en el Templo de San Hipólito).

               Los «mecanismos» o «sistema de comunicación» que comenta, refieren a la ca-
        pacidad de escuchar y de comunicar oralmente. Como de hecho ya había indicado en
        la discusión sobre el implante coclear, precisamente la audióloga deja entrever que la
        promoción de la audición y la oralización son actos susceptiblemente egoístas desde la
        condición de oyentes. También deja al descubierto la idea de que son los sordos los que
        deben de acercarse a los parámetros de comunicación oyente para alcanzar un lugar en
        el mundo productivo. Pero más allá de estos vericuetos, decidí introducir otra vez más
        su opinión porque en la última frase hace referencia al tema de la voz y su belleza.

               La apreciación indica que el disfrute o goce de una voz sublime es para los
        oyentes, siempre y cuando las personas sordas nos concedan ese gusto. La capaci-
        dad que tenemos los oyentes de escuchar nuestra propia voz permite realizar una
        serie de operaciones y regulaciones vocales con las que buscamos adecuarnos a los
        marcos socioculturales de orden sonoro y audible: «favor de guardar silencio» se
        pide en algunos establecimientos como las iglesias; «hable claro y fuerte para pedir
        su bajada» se alcanza a leer en medios de transporte. Sabemos cuándo y dónde alzar

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