Page 157 - Panorama general de los linchamientos en Puebla_online
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Esto expresa una noción dirigida a orientar  la construcción  normativa de
             los derechos humanos y supone, además, que la tortura es considerada un delito;
             al haber cierto consenso en su sentido práctico, implica que sea la definición más
             recurrida  en la actualidad; no obstante, esta redacción deja fuera los actos que
             en el habla cotidiana son calificados como tortura y que son ejecutados por otros
             actores, como son los integrantes del crimen organizado; esto lo podemos corroborar
             en la cobertura de los medios de comunicación, los cuales, por ejemplo, a menudo
             reportan hallazgos de cuerpos “con evidentes huellas de tortura”. Igualmente, se deja
             fuera el acento que podemos poner en la tortura como placer sádico de quien la
             ejerce; de los contenidos subjetivos y de la conciencia a los que esta violencia hace
             referencia, todo lo cual lo podemos extrapolar hacia el linchamiento.

                     En esa línea, Carlos Vilas  indica un punto importante en torno  al recurso
             constante a los golpes como método de linchamiento, sea que se consuma o no el
             hecho. Para él, la golpiza, además de implicar el contacto directo entre los atacantes
             y su víctima, “refuerza el sentido de justicia por mano propia que sus autores asignan
             al linchamiento, dotándolo de un significado literal” (2005: 22). Nosotros sumamos que
             la golpiza involucra un sentido de descarga cruel del resentimiento que linda los límites
             del sadismo, así como la necesidad de que la víctima sufra lo suficiente, lo cual no
             podría lograrse si sólo fuera entregado a las autoridades. Aunque en este último caso,
             el linchamiento padecido por Picazo González (que en la tipología de Carlos Vilas
             sería un linchamiento comunitario) supuso un incremento progresivo de la violencia
             con el inculpado, como si cada lesión provocada al joven situara psicológicamente
             a los victimarios en un estado de decisión e inclemencia mayor, escalando al grado
             de prenderle fuego estando aún vivo.


                     El sentido  simbólico y de descarga psicológica que la golpiza supone  se
             observa en  diversos casos de  delincuentes  que  fueron  sometidos  y golpeados
             severamente por sus víctimas sin ser ultimados. En estas situaciones, los involucrados
             a menudo se dispersan sin acudir a hacer la denuncia correspondiente, y a veces
             sin entregar al asaltante a las autoridades. La particularidad de estos casos, al no
             ser excepcionales, estriba en que evidencian que, quienes ejecutan el ataque, no
             necesariamente tienen la intención de privar de la vida al delincuente ni tampoco
             consideran relevante recurrir a las vías formales de justicia. Pareciera que la resolución
             justa a lo ocurrido es que las víctimas de un delito (y sus aliados eventuales) desfoguen
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             el oprobio experimentado y que el responsable “tenga su merecido”.

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