Page 73 - Panorama general de los linchamientos en Puebla_online
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basada en una promesa redentora. Una nueva población que convive en unidad,
             paz y fraternidad tiene que dejar atrás y olvidar todas aquellas circunstancias que
             las identifican con la barbarie y el salvajismo. El progreso y el desarrollo es uno de
             los ideales reguladores que empujan hacia adelante a las sociedades, sin importar
             lo que quede atrás. Este movimiento transicional y restaurativo se presenta bajo la
             noción de una fractura imaginaria con un pasado violento que borra todas las ofensas
             y las responsabilidades  históricas. Si se pretende  garantizar un futuro  promisorio  es
             fundamental establecer las condiciones de posibilidad en un pasado reorganizado
             en función de los objetivos propuestos. El pasado se supera para vivir en el presente y
             no estancarse en las heridas del pasado. Los pilares de justicia, verdad y reparación
             son los modos en los que se encriptan estas promesas. A decir de Castillejo (2018), el
             futuro no habita adelante, sino en las condiciones de posibilidad del pasado como
             pasado.

                     De esta manera, la justicia transicional es un paso de un momento menor
             a uno mayor, es el desplazamiento de una pascua secular donde la anticipación
             mesiánica se realiza en la historia, en las condiciones materiales del presente y desde
             las condiciones establecidas por el marco jurídico-político del estado-centrismo. La
             justicia restaurativa instaura un movimiento teleológico desde un estado de violencia
             que pugna por efectivizar la tensión generada por la encarnación política del régimen
             de los derechos  humanos;  esto  es, por  una democracia (neo)liberal insertada en
             contradicciones culturales insalvables.

                                    Es  en esta teleología  que acudimos  al  evangelio  global  del
                                    perdón y la reconciliación  donde,  en teoría,  la enunciación
                                    pública  de  la  verdad  —a  la  manera  de  un  evangelista,  un
                                    confesionario o un psicoanalista de diván— nos libera. Lo que
                                    este modelo de relación con el pasado instaura —y valga decir
                                    que cuando sucede, lo hace a través de balances de poder muy
                                    complejos— es hacer inteligibles ciertas formas de violencia.
                                    Sin  embargo, el problema  no es lo  inteligible  (si  indizamos
                                    numéricamente, por ejemplo) sino lo ininteligible, lo que no se
                                    logra (por razones epistemológicas y por razones políticas) leer
                                    como violencia, pero que está en el seno de nuestras violencias
                                    (Castillejo, 2018: 11).





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